Sexismo lingüístico

Escribí este artículo en la sección Tribuna de L’Independent de Gràcia, del pasado 20 de abril, con la intención de comentar y enriquecer una polémica abierta en números anteriores. Como considero que el tema es relevante, como condiciona el discurso que a diario escuchan nuestros hijos en la escuela y en todas partes, quiero exponerlo y compartirlo en esta revista.

En la carrera de Lingüística hemos aprendido que existe algo que se denomina marcación, y que aplicado, por ejemplo, a los géneros (masculino/femenino), determina que uno de ellos se llame “no marcado” y el otro “marcado”. Las lenguas lo tienen incorporado por el Principio de Economía; puede entenderse sencillamente como si en informática dijésemos “default”: es lo que está predeterminado. Tanto en castellano como en catalán, el género no marcado es el masculino (existen lenguas en las que no es así), por lo cual al decir “ciudadanos” nos estamos refiriendo a ellos y a ellas, y no hace falta agregar “y ciudadanas”… ¡que no quepa duda! ¿Por qué se ha llegado a esta situación en la reivindicación de los derechos de la mujer? Creo que por desconocimiento lingüístico y por “sobrecorrección” de situaciones desventajosas (que sí deben ser corregidas). Por sentir que desde un uso forzado de la lengua comenzaremos a hacer justicia (que sí hace falta en otros planos de la discriminación a la mujer).

Pero analicemos más cosas… Es verdad que las lenguas son algo cambiante, dinámico, pulsante al compás de las sociedades que las usan, y por tanto, fieles espejos de las transformaciones. Por eso, no hay modos de hablar “correctos” y modos “incorrectos”… En todo caso, lo que hay son registros formales, adecuados en ciertos contextos, y registros informales, para otros. Si pudiese quedarnos alguna duda de la mutabilidad de las lenguas, basta observar el nivel léxico: continuamente se agregan palabras al lenguaje, y poco a poco son aceptadas en los organismos “reguladores”, pues la lengua es viva y ni la RAE ni el Institut d’Estudis Catalans pueden negarlo.

Sin embargo… no todo es igual. Los niveles profundos de la lengua, tales como el morfológico-sintáctico, no cambian según los vaivenes puntuales de la sociología, ni siquiera ante cosas tan fuertes como el deseo de erradicar un llamado machismo lingüístico. Estas lenguas latinas que hablamos tienen más de un milenio, y en ellas se ha fijado –por economía– el uso del género masculino como “default no marcado”. Que nadie se ofenda por eso, ni crea que es tan fácil cambiar la morfología, ni tampoco que para alterar una fijación histórica que en las lenguas latinas existe, intente convertir la actividad comunicativa en la pesada y fastidiosa duplicación de género en la que se está cayendo día a día, so pena de parecer discriminativo o poco “progre”. La maravilla de la lengua como constructora de ideas, como arcilla y a la vez como alfarera del pensamiento, se embarra en cada discurso actual repitiendo en ambos géneros cada sustantivo, cada adjetivo, cada pronombre y cada artículo que se refieran a personas.

Vivo hace once años en Barcelona, pero mi lengua materna es el castellano de Argentina. Por suerte, en Gràcia, donde vivo desde que llegué, donde estudian mis niños (¿debería decir mi niño y mi niña?) hay mucha gente progresista, de mente abierta e ideas libres. Precisamente por eso, porque se me hace forzado duplicar cada palabra (y lo noto, pues no lo tengo incorporado, ya que en mi país este dilema no estaba planteado), mis conversaciones con mis vecinos (¿debería decir mis vecinos y vecinas?) o con los padres (¿debería decir los padres y las madres?) de los compañeros (¿debería decir los compañeros y las compañeras) de mis hijos (¿debería decir de mi hijo y de mi hija?) me producen cierta inseguridad intelectual: ¿estaré siendo considerado machista porque olvido –o evito– reinventar la lengua a contrapelo, a contrasentido de su morfosintaxis, a contramano de sus reglas?

Claudio Martinetti-Montanari, graduat en Lingüística a la Universitat de Barcelona i veí de Gràcia. Pare del Marco (2n B) i l’Abril (1r)